El Jamelgo de Kustodio y Frosio
Cuento de Tres Agentes del *105*+101+110
Por: Ruy Díaz²
Érase una vez un jamelgo embarazado, a cuyo costado podía apreciarse un enorme árbol de mangos del que se alimentaba Frosio, un perro aguacatero cruzado con de la calle, armado hasta los dientes o, más bien, con los dientes.
Los fetos del vientre del jamelgo fueron resguardados en ese estrecho espacio por Kustodio, para que vomitaran sus fechorías en tribunales internacionales. Eran soldados de la patria, patriotas les decían Tavo Álvarez y Billi el Jolla, dispuestos a brotar al genocidio de comunistas hasta que el genocidio los persiguió a ellos y cobardes, como es esa calaña, buscaron refugio en sus víctimas, defensores de derechos humanos, que sobrevivieron a su barbarie.
Los torturadores se auto abortaban diariamente para disputar a Frosio una cuota de mangos verdes que aquel, ingeniosa y alevosamente egoísta, escondía para su usufructo personal.
Solo mangos comía Frosio y cuando un buen samaritano le tuvo lástima y le llevó alimentos procesados para perros, le dio diarrea. Frosio estaba tan acostumbrado a comer mangos que casi era rumiante.
Los fetos amaron a su patria con toda la grandeza de su corazón enano, tanto que desaparecieron, torturaron y asesinaron a luchadores sociales para demostrarlo.
Por su lado, Frosio defendía el socialista derecho a su alimento, enfrentándolos valientemente. Comunista!!! le decían los torturadores, ñangara terrorista le endilgaban, para justificar sus intentos por alcanzar el latrocinio de mangos.
Así, disputando mangos, discurrió el embarazo y el desembarazo matutino del jamelgo de Kustodio frente a la muralla del silencio a gritos de los desaparecidos, con las contracciones provocadas por las contradicciones de los torturadores que recordaban con nostálgica sonrisa a Manfredo Velásquez cuyos restos arrojaron a retazos desde Tegucigalpa hasta San Pedro Sula.
Los fetos, acólitos de Billi el Jolla, torturadores del batallón 105+101+110, se hacinaban dentro del abdomen del jamelgo, cuya capacidad oscilaba de acuerdo a los intereses de la oligarquía. La APROH apostaba que podían engendrar y acomodar hasta 10 torturadores de una vez en un bus de transporte urbano, si se les obliga a ubicarse pecho con pecho o espalda con espalda y nalga con nalga.
Eran tres agentes del 105+101+110, Florencio Caballero entre ellos, dueños de dificultades para leer, producto de la huelga perenne de sus cerebros, casi sin estrenar, dispuestos a salvar la patria desgarrando cuerpos de pensadores idealistas.
Los fetos torturaban la verdad, los datos y las personas con impúdica impunidad en sus conciencias. Son comunistas, ñangaras afirmaban, sin razonar, para justificar sus tropelías, porque, parafraseando a Mary Shelley, para ser de izquierdas hay que leer, pero para ser torturador basta con estar orgulloso de su propia ignorancia.
Con cada amanecer, el origen del silencio se percibía a gritos en los atormentados estómagos de los orgullosos desaparecedores de ñangaras, inquilinos del vientre del jamelgo de Kustodio, producto del hambre, así que desembarazaban al jamelgo para disputarle a Frosio su alimento.
De moral distraída, obscenamente salvajes y sin escrúpulos emplearon la capucha, ahogamientos, estiramiento de testículos, electrochoques y hasta la violación contra el ñangara de Frosio para que, valga la ironía, socializara los mangos y compartiera beneficios. De cada cual según su trabajo, a cada cual según sus necesidades de mangos, le gritaban, sin lograr su cometido.
Optaron, los bizarros agentes del 105+101+110, por robar y alimentarse de las sobras que dejaba Frosio aunque, temerosos de que su ex jefe Billi el Jolla, Alexander Hernández y otros secuaces los detectaran, retornaban rápidamente a embarazar al jamelgo de Kustodio, donde el olor a pata sucia, flatulencia y eructos de hambre inundaba el breve espacio (escúchese a Pablo) donde se acomodaban.
Los fetos estaban condenados a entenderse compartiendo cariños y merced a la diarrea; cuyas consecuencias se desparramaban al interior del vientre del jamelgo, ocasionada por los restos de los mangos que alcanzaban a robarle a Frosio, de los que se alimentaban; se mimetizaba el excremento con sus cuerpos, por lo que era imposible distinguir lo uno de los otros.
Se consentían, entonces, hasta el éxtasis los agentes torturadores, llevando el sadismo de la tortura de pensadores izquierdistas hasta el sadismo sexual, acompañando la inmundicia al interior del jamelgo, con mutua complacencia.
En esos instantes de ternura inmunda, recordaban que segundos antes de empezar el réquiem de su existencia, en un momento de lucidez milagrosa, buscaron refugio en el CODEH que, en un acto de sublime benevolencia, les convirtió en el engendro potencialmente milagroso del embarazado jamelgo de Kustodio.
Habiendo pretendido construir un jardín de olvidos, con batallas emocionales que torturaban con caricias su memoria, aspiraban inútilmente a la tortura y asesinato de la memoria y se sentían objetivamente amenazados por los peligros que implicaba su existencia inútil a sus ex acólitos torturadores, que ahora les persiguen para ajusticiarlos por traidores y que los obligaron a correr tan rápido para llegar de último, a los brazos del jamelgo donde los escondió Kustodio.
Producto de las torturas, asesinaron sus posibilidades para usar la sustancia gris y, por tanto, nunca se percataron que con cada desaparecido, con cada asesinato, se acercaban a la tumba. Bili el Jolla no permitiría testigos vivientes de sus felonías.
Llegaron a Kustodio dispuestos a soltar la sopa con tal de tomar un poco de ella, desesperados de tanta sobra de mangos. Así, fueron trasladados a México, ocultos en el jamelgo embarazado de ellos.
Ya en México, en los conciliábulos de los torturadores, todavía internados en el embarazo del jamelgo, sintiéndose seguros lejos de Frosio, discurrían si debían cumplir su compromiso de cantar a cambio del asilo en Canadá. Dos de ellos estaban prestos a hacerlo, el tercero dudaba.
Hubo que hacer un compartimiento especial en el vientre del jamelgo para convencerlo, bajo amenaza de retornarlo a Honduras, donde varios de sus secuaces, patriotas se decían, incapaces de pensar, asesinos y torturadores ya habían recibido su merecido descanso eterno, anticipado por otros de sus ex compañeros del 105+101+110.
Por teléfono lo comunicaron con Frosio. No más escuchar y reconocer los ladridos de su víctima, incapaz de volver a confrontarlo, soltó la sopa, cantó como el cobarde que era, rindió el testimonio que sirvió de base a la condena de Honduras en la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el caso de Manfredo Velásquez. NI PERDÓN NI OLVIDO.